ENSAYO HISTÓRICO
ACERCA DE LOS
ORÍGENES DE ARAGÓN
Y NAVARRA
Apéndice último.
INFLUENCIA DE LA DINASTÍA CATALANA
EN EL REINO DE ARAGÓN.
El matrimonio de la heredera de la corona de Aragón con
el Conde soberano de Barcelona dio por resultado la reunión bajo un sólo cetro
de estos dos estados, más conservando cada uno su fisonomía especial y su
diversidad de idioma, organización y tradiciones.
La predilección excesivamente catalana
de los reyes de la segunda dinastía y la afición extremada que siempre
mostraron por todo lo que a su originaria patria se refería, no influyó como
algunos han creído en la manera de ser del reino de Aragón, ni en su desarrollo
progresivo: mas, sin embargo, es innegable que algunos resultados produjo
dignos de ser tenidos en consideración, porque sólo así se explican los errores
en que cayeron ciertos reputados eruditos, tanto nacionales como extranjeros.
La única institución catalana que en Aragón se generalizó
algún tanto fue la enfeudación señorial. Desde el año 1160, en que el conde
Ramón Berenguer otorgó en feudo al arzobispo de Zaragoza el castillo de
Deuslibol (Juslibol), hasta el 31 de Agosto de 1458, en que el rey D. Juan II
entregó bajo el mismo concepto a D. Antonio de Palafox la villa de Ariza y sus
aldeas, fueron varias y muy repetidas las concesiones feudales que los reyes de
la segunda y aun tercera dinastía hicieron a ricos hombres y caballeros
aragoneses, de pueblos y señoríos enclavados en el territorio de Aragón: y, no
obstante lo cual, siempre se consideró el feudo en nuestro Reino como importación
extranjera, hasta el punto de tener que regirse en ellos, por carecerse de legislación
propia en nuestros fueros, secundum morem et consuetudinem barchinonensis.
A los feudos catalanes sustituyeron en Aragón las honores; y
cuando por falta de objeto y aplicación cayeron en desuso, no quedaron ya en él
más señoríos, que los alodiales o de absoluto dominio;
reconocidos como institución genuinamente aragoneses desde el greuje del señor
de Anzánigo, resuelto en las Córtes de 1391.
La influencia que en la lengua aragonesa produjo la
preferencia exclusiva que los reyes de la casa catalana dieron a su nativa
lengua, se limitó a tal o cual palabra o giro y nada más: el error tan
autorizado por el Marqués de Mondejar, de que en Aragón se habló el catalán
hasta los tiempos de D. Fernando I, no merece ya refutarse después de los
notables trabajos que en nuestros tiempos han salido a luz (1). Sin embargo, el
aragonés (que en la introducción. así le llamaban nuestros antiguos
historiadores) , quedó durante largo tiempo postergado, por preferir el catalán
los Monarcas y toda la cortesanía; y a esto se debió que no se cultivara como
lengua literaria en nuestro Reino, hasta la segunda mitad del siglo XIV; en
cuya época el trato у comunicación que los aragoneses tuvieron con los
partidarios del pretendiente D. Enrique de Trastámara, con ocasión de las
guerras que sostuvo contra su hermano D. Pedro el Cruel, contribuyeron a que
mientras los castellanos se aficionaban por el gusto y peculiar es tilo de la
poesía provenzal, los aragoneses tomaran de ellos el empleo de la lengua
española en sus producciones literarias. Desde entonces floreció en Aragón una
rama viril y fecunda de la literatura patria, de cuya historia y vicisitudes
tal vez tengamos algún día ocasión oportuna de ocuparnos en particular.
(1) En especial el Diccionario de voces aragonesas de D. Gerónimo Borao.
Tomás Ximénez de Embún y Val
(Zaragoza, 1843 - id., 9-IV-1924). De ilustre familia procedente de La
Almunia de Doña Godina, y licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, fue
nombrado archivero interino del Ayuntamiento de Zaragoza en 1900, con motivo de
la excedencia del titular Clemente Herranz y Laín, a quien sucedió
definitivamente a la muerte de aquél en 1913. Desde 1917 contó en este cargo
con la colaboración de Manuel Abizanda, auxiliar del Archivo, que más tarde
sería su sucesor.
Designado cronista de la ciudad en abril de 1915 fue también asesor de la
Real Maestranza de Caballería durante
más de cincuenta años. Para esta entidad y para el Ayuntamiento de Zaragoza
realizó dictámenes e informes muy valiosos.
Insigne historiador y notable literato, de laboriosidad incansable, modesto
y sencillo hasta la austeridad, sus obras, en pocas páginas, sin concesiones a
lo superfluo o a la retórica, con prosa científica y rigor metódico, contienen
noticias raras y originales, que servirán de base para la publicación de otras
más extensas. Colaboró asiduamente en la «Biblioteca de Escritores Aragoneses»,
creada por iniciativa de la Diputación Provincial. En ella publicó un Ensayo acerca de los orígenes de Aragón y Navarra (1878), y dos años antes había
escrito los prólogos de las obras de esta colección Crónica de San Juan de la
Peña, Rimas de Pedro Liñán de Riaza y Poesías de Fray Jerónimo de San José.
En 1901, aparece su obra más conocida: Descripción histórica de Zaragoza y
sus términos municipales (Zaragoza, Librería Cecilio Gasca), libro pequeño, en
el que todo es necesario, escrito con sencillez prodigiosa y elegante, todavía
de imprescindible consulta.
Como literato nos ha dejado el tratado Lengua española en el Siglo de Oro de su Literatura, cambios notables que ha sufrido diferencias principales que la distinguen de como ahora comúnmente se usa (Zaragoza, Ramón Miedes, 1897), y un Canon gramatical vigente en el Siglo de Oro del idioma español (Zaragoza, 1899), obras tenidas en cuenta por el polígrafo P. Juan Mir en su tratado de Filología. Y entre otros trabajos, un artículo publicado en Revista Aragonesa (octubre 1907), y reproducido por «La Cadiera» (1951) sobre Edificios destruidos durante los Sitios.
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