Revista Chilena de Estudios Medievales
Número 6, julio-diciembre 2014, 11-28
La formación de la monarquía hispánica
como
monarquía compuesta
Matthias
Gloël
Resumen
Este estudio consiste en cuatro partes principales. En la primera se define y caracteriza a grandes rasgos el concepto de la monarquía compuesta y se ve que dicho tipo de formación era habitual en la época moderna. En la segunda parte se describe la evolución de los reinos hispanos, sus orígenes, la formación de las tres coronas ibéricas vía conquistas y uniones y, por último, la unión de dichas coronas que llegan a formar la monarquía hispánica desde el siglo XVI aproximadamente. En la tercera parte se analizan los problemas que conlleva una estructura compuesta, especialmente la ausencia real que sufría la mayoría de los territorios ibéricos. Finalmente, se caracterizan los intentos centralizadores por parte de la monarquía y el así llamado protonacionalismo, dos fuerzas que debilitan la formación compuesta de la monarquía.
El concepto de la monarquía compuesta
Helmut
Georg Koenigsberger, Conrad Russell y John Elliott son los tres nombres a los
cuales se suele hacer referencia cuando se trata del concepto de la monarquía compuesta. Muchos, como Jesús Gascón Pérez, le atribuyen a Elliott la
definición amplia del concepto aunque admite que no fue el primero en usar ese
término (1). En su artículo A Europe of composite Monarchies, el cual se
considera como la teorización del concepto de la monarquía compuesta, el propio
Elliott se refiere a obras anteriores, de Koenigsberger y Russell, para uso del
término composite state (2). Efectivamente,
Koenigsberger destacó ya en 1975, que la mayoría de los estados en la época
moderna eran “estados compuestos, que incluyen más de un país bajo la soberanía de un gobernante”. Estos territorios podían estar geográficamente
separados como era el caso de las posesiones de los Habsburgo en España, Italia
y los Países Bajos o podían estar conectados como en los casos de
Inglaterra/Gales y Polonia y Lituania. Generalmente cada uno de estos territorios
mantenía sus propias cortes, con lo cual el monarca se solía enfrentar a varios
parlamentos en vez de uno solo. Éstos, además, podían ser muy distintos entre
sí (3).
"En estos reinos cismarinos de Aragón encontramos tres principales estados; es decir, el Reino de Aragón, el Reino de Valencia, y el Principado de Cataluña. Y aunque todos ellos tienen un mismo rey y soberano, tienen aún así, diferentes títulos; porque como Rey de Aragón no lo es en Valencia, ni es Conde de Barcelona... Tienen entre sí diferentes divisas, diferentes derechos fiscales y diferentes leyes. Tampoco interfieren el uno en el otro... Y también entre los estados hay leyes, como si tuviesen diferentes soberanos..." Speculum Principum - (1441) |
Las afirmaciones de Koenigsberger son usadas por Elliott como punto de
partida para su mencionado artículo A Europe of composite monarchies. Elliott
añade que la monarquía compuesta no fue un invento de la época moderna, sino
que ya existían formaciones de ese tipo durante la Edad Media, como en los
casos de Borgoña o la Unión Escandinava de Kalmar. Además, añade, la
noción composite state no era fija, ya que “some early
modern states were clearly more composite than others” (4). Según las
referencias del jurista del siglo XVII Juan de Solórzano Pereira, Elliott
distingue entre dos tipos de unión para dos territorios. Una sería la accessory
union, en cuyo caso un reino o una provincia pasa a formar jurídicamente
parte de otro, lo cual conlleva las mismas leyes para todos los habitantes. La
otra la llama, al igual que Solórzano aeque principaliter. En este
caso hay que tratar a los reinos o provincias de forma distinta, dado que
cada uno de ellos mantiene sus leyes y privilegios propios (5). Este
segundo tipo concuerda con la definición de Koenigsberger para los composite
states. Para el primer caso Elliott entrega el ejemplo de la Corona de
Castilla, y para el segundo, el de la Corona de Aragón o los territorios
italianos y de los Países Bajos dentro de la monarquía hispánica.
Conrad Russell, incluso, distingue tres formas de los, como él los
llama, multiple kingdoms, y entrega un ejemplo de cada una con la
monarquía británica. Las dos mencionados por Elliott también se encuentran en
Russell, con los ejemplos, por un lado, de la unión de Inglaterra con Gales y,
por otro lado, la de Inglaterra con Escocia, cuya unión compara con la de
Castilla y Aragón. Para la unión de Inglaterra con Irlanda, Russell define un
tercer tipo que se situaría en medio de los otros dos. Por un lado, Irlanda
tenía su propio Privy Council, parlamento y leyes. Por otro lado,
las decisiones de dicho parlamento tenían que ser ratificadas en Inglaterra, lo
cual implica una clara subordinación de Irlanda a Inglaterra (6). Elliott
no hace esta última distinción, sino en otro artículo define la unión irlandesa
como aeque principaliter y como contraria a la galesa (7).
Un estado compuesto se podía formar o extender de varias formas. Una era
el principio dinástico, típico de los Habsburgo españoles y también visible en
la unión de Inglaterra con Escocia. Otra posibilidad era la extensión por
guerra, como muestra el caso de Irlanda con su forma de llegar a la corona
británica. Lo mismo ocurrió con el reino de Valencia que se incorporó tras su
conquista a la corona de Aragón. También se podía extender un estado compuesto
por iniciativa de los súbditos de un territorio, como ocurrió en 1619 cuando
los estados de Bohemia ofrecían su corona a Friedrich V del Palatinado (que iba
a ser llamado el rey de un invierno). Lo mismo sucedió durante la revuelta
catalana cuando se ofrecía el principado al rey francés Louis XIII.
Se podría pensar que para los monarcas de la época moderna la accessory
union, perfect union en el inglés contemporáneo, debía ser
la preferible, dado que de esa forma los territorios recién agregados podrían
ser asimilados más fácilmente. Pero en realidad, los aparatos administrativos
eran aún muy deficientes, por lo que los monarcas dependían de las élites
locales, cosa que hacía muy complicado realizar reformas contra la voluntad de
los habitantes. El funcionamiento de estas relaciones tenía una gran importancia,
porque, aunque el rey gobernaba sus territorios, eran esas élites que
gobernaban por él a los habitantes. La unión del aeque principaliter podía
ser por un lado complicada y arriesgada, porque el rey tenía que enfrentarse a
varios parlamentos. Sin embargo, estos por otro lado conllevaba la ventaja que
en caso de un conflicto en uno de los territorios se podía contar con los
recursos de los demás para solucionarlo.
Para Elliott la época moderna se caracteriza por su respeto por
estructuras, derechos y privilegios tradicionales, por lo que uniones del
tipo aeque principaliter encajaban mejor con las necesidades
de la época (8). Por eso, postula Elliott que es necesario investigar la Europa de la
época moderna bajo estos planteamientos y no bajo los de los estadios
nacionales unificados que solo existirían más tarde. Elliott agrega que sería
fácil pensar que los composite states solo constituían un
estado intermedio camino a los estados unificados. Pero, concluye que no se
puede asumir que alrededor de 1600 éstos ya se viesen como un objetivo final a
alcanzar en el futuro (9).
España en la Edad Media
El año 711 se produjo la invasión musulmana de la Península Ibérica que terminó con el reino de los Godos. Los musulmanes rápidamente llegaron a dominar casi toda la península. La historiografía ibérica hablaría más adelante de la “pérdida de España”. En varios rincones en el norte de España se formaron núcleos cristianos que dieron inicio a nuevos reinos y condados. Éstos lentamente se iban expandiendo hacia el sur, llevando a cabo la así llamada “reconquista”. Sin embargo, es un error afirmar que dicho fin era ya la meta cuando se formaron estos territorios cristianos (10). No solían operar en conjunto, sino, por contrario, había también constantes conflictos entre los reinos cristianos.
Tratado historico-legal del real palacio antiguo y su quarto nuevo de la Excelentisima Ciudad de Barcelona Domingo de Aguirre Viena - 1725 |
Todos los reinos,
Portugal incluido, formaban parte de un espacio geográfico llamado
España. Con el tiempo se formaban tres coronas. Así ya lo afirmó Francisco
de Quevedo en su España defendida, y tiempos de ahora, en la
cual dice que España “se divide en tres coronas: de Castilla, Aragón y
Portugal” (11). Una corona, no obstante, no
es lo mismo que un reino ni tampoco un título oficial que llevara un
monarca. Una corona se puede definir como un conjunto de reinos o
territorios que un rey recibe como herencia y que como tal unidad también se lo
tiene que pasar a su sucesor (12).
Corona de Castilla
Los orígenes de la corona de Castilla se encuentran en Asturias donde en
722 supuestamente se produjo la mítica batalla de Covadonga. En dicha batalla
Pelayo habría vencido un ejército musulmán y a continuación se habría fundado
el reino de Asturias con el mismo Pelayo como primer monarca. Lentamente el
reino asturiano se extendía hacia el sur y en 856 los asturianos consiguieron
su primer gran hito con la conquista de León. A principios del siglo X, tras la
muerte de Alfonso III, el centro de poder se trasladó a León y Asturias pasó a
formar parte del nuevo Reino de León. Poco después se estableció en 931 bajo
Fernán González el Condado de Castilla, un territorio que hasta entonces había
pertenecido a los reyes de León. En 1065 Castilla también alcanzó el título de
reino.
Después de varias uniones y separaciones durante los siglos X y XI,
Castilla y León se unieron de forma definitiva en 1230. A partir de esta unión
se empezaba a hablar también de la corona de Castilla. Aun así, formalmente
seguían siendo dos reinos independientes que compartían el soberano. Éste
ostentaba ambos títulos y se llamaba rey de Castilla y León. En un principio
también las reuniones de cortes de ambos reinos seguían separadas y solo tras
unas décadas se produjo también la unión de cortes de Castilla y León. Aun así,
dicha unión no estaba fuera de peligro. A lo largo del siglo XII y también del
XIII hubo varios intentos de separar nuevamente al reino de León y lo mismo
ocurrió en el caso del reino de Galicia.
El siglo XIII, no obstante, fue el de los grandes avances castellanos
hacia el sur de la península. En poco más de una década conquistaron en 1236
Córdoba, en 1243 Murcia, en 1246 Jaén y en 1248 Sevilla. Las conquistas no
consistían solamente en las ciudades, sino cada una de las cuatro constituía el
núcleo de un reino que se incorporó a la corona de Castilla. Solo bajo los
reyes católicos se volverían a ver agregaciones de tal magnitud. En 1492 se
conquistó el reino de Granada, el último reino moro que había permanecido en la
península. En 1512 se incorporó el reino de Navarra por decisión de Fernando el
Católico. Dicho reino fue el único, a parte de las tres provincias vascas, que
mantenía sus propios fueros y leyes al quedar incorporado en la corona de
Castilla. Poco después se fundaron además los virreinatos de la Nueva España
(1535) y de Perú (1542) que también formarían parte de dicha corona. La
intitulación de los reyes castellanos quedó de esta manera:
Rey de
Castilla, León, Navarra, Granada, Toledo, Galicia, Murcia, Jaén, Córdoba,
Sevilla, los Algarves, Algeciras y Gibraltar y de las islas de Canaria y de las
Indias e islas y Tierra Firme del mar Océano y Señor de Vizcaya y Molina.
Corona de Aragón
La corona de Aragón se formó con la unión de dos territorios en la parte
oriental de la península. Por un lado, se unieron en la zona del Pirineo
Central los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. De dicha unión surgió en
1035 el reino de Aragón. A continuación, dicho reino también empezó su
extensión hacia el sur que conllevaba como hitos principales la conquista de
Huesca en 1095 y la de Zaragoza en 1118.
Por otro lado, en la parte más oriental de España, el reino franco carolingio estableció, tras la conquista del territorio de los Moros, la Marca Hispánica en la cual se formaban los condados catalanes. Éstos se unieron en el siglo IX bajo el liderazgo del condado de Barcelona. De dicho liderazgo resultó el título de Conde de Barcelona para el monarca del Principado de Cataluña. En el siglo X los condes de Barcelona dejaron de prestar vasallaje al reino franco y Cataluña se constituyó como territorio independiente. Durante el siglo XII los catalanes conquistaron primero Tarragona (1118) y después Tortosa (1148) y Lleida (1149), con lo cual, al igual que los castellanos y aragoneses, se iban extendiendo hacia el sur.
Tratado historico-legal del real palacio antiguo y su quarto nuevo de la Excelentisima Ciudad de Barcelona Domingo de Aguirre Viena - 1725 |
La unión del reino de Aragón con el Principado de Barcelona se inició en 1137 con el matrimonio de Ramon Berenguer IV, Conde de Barcelona, con Petronila, hija del rey aragonés. En 1164, el hijo de ambos, Alfonso II, heredó ambos territorios y se convirtió en el primer rey de Aragón y Conde de Barcelona. Como bien reflejan los dos títulos, Cataluña no pasó a formar parte del reino de Aragón. Los dos territorios se continuaban gobernando según sus propios fueros y leyes y también cada uno mantenía su propia reunión de cortes. Dicha unión, no obstante, es considerada como origen de la corona de Aragón.
El siglo XIII, como en Castilla, fue de grandes éxitos para los monarcas de la corona de Aragón, aunque comenzó con un duro revés en la batalla de Muret en 1213. Dicha batalla terminó con una derrota contra el rey de Francia y acabó además con la vida del rey aragonés. Estos acontecimientos pusieron fin a las aspiraciones catalano-aragonesas a dominar Occitania y a continuación se dirigíeron nuevamente hacia el sur y además al Mediterráneo.
Los catalanes lideraban claramente una corona formada en forma de unión dinástica e hicieron que los siglos XIII y XIV fuesen la gran época del imperio catalanoaragonés (13). En 1231 se conquistó Mallorca y se creó el reino de Mallorca que incluía las islas de Mallorca, Menorca, Ibiza y Fomentera. No obstante, tras la muerte de Jaime I (rey entre 1213 y 1276) dicho reino se gobernó por una rama menor de la dinastía de los conde de Barcelona y solo a partir de 1347 quedó definitivamente unido a la corona de Aragón. No obstante, los reyes aragoneses nunca aceptaron dicha línea menor, ni siquiera cuando en 1279 el rey mallorquín quedó enfeudado al rey aragonés. En 1291 dispuso Jaime II en las Cortes de Barcelona que:
La España Imperial, 1469-1716 John H. Elliott |
Hacia finales del siglo XIII, la corona de Aragón se extendió también a Italia. En 1282 el ya mencionado Pedro III se casó con la heredera del reino de Sicilia y se convirtió así en rey de Sicilia. 15 años después, en 1297, su hijo Jaime II recibió como feudo y de manos del Papa el recién creado reino de Cerdeña y Córcega. Solo casi un siglo y medio después Alfonso el Magnánimo conquistó el reino de Nápoles en 1442 y se quedó residiendo ahí por el resto de su vida. La intitulación de los reyes de Aragón quedó de esta manera:
Rey de Aragón, Valencia, Mallorca, Sicilia, Córcega y Cerdeña, Nápoles, Jerusalén, Conde de Barcelona, de Rosellón y de Cerdaña, Duque de Atenas y Neopatria.
Corona de Portugal
Los orígenes del reino portugués, que se encuentra en la parte más
occidental de la península, se hallan en el condado de Porto. En 1097, el rey
de León dio dicho condado como dote a Enrique de Borgoña que se casaba con la
hija del rey. El hijo de dicho duque, Alfonso Enríquez, se proclamó rey de
Portugal en 1139 después de la mítica batalla de Ourique en la cual
supuestamente había ganado a cinco reyes moros.
Al igual que en Castilla y Aragón, Portugal se fue extendiendo hacia el
sur. En 1147, solo ocho años después de la coronación de su primer rey, los
portugueses conquistaron Lisboa. Aproximadamente un siglo más tarde, en 1256,
el rey Alfonso III mudó la residencia real de Coimbra a dicha ciudad de Lisboa.
Durante estos años, Portugal y Castilla peleaban sobre el reino del Algarve que
al final fue cedido en 1263 por Alfonso X de Castilla a su nieto Dionisio,
heredero del reino portugués a cambio de un vasallaje militar, el cual se
liquidó cuatro años después. A partir de 1268, los reyes portugueses se
llamaban reyes de Portugal y Algarve. Jurídicamente, no obstante, no había
ninguna diferencia entre los dos territorios.
Con la adquisición del reino del Algarve las fronteras portuguesas
quedaron definidas y con la reconquista terminada dentro de la Península
Ibérica los portugueses empezaron a dirigirse fuera de ella. El siglo XV iba a
ser el siglo de las grandes conquistas extrapeninsulares. En 1415 se conquistó
Ceuta, entre 1423 y 1425 Madeira, en 1437 Tánger, entre 1427 y 1450 las Azores,
en 1457 las islas de Cabo Verde y en 1500 Brasil. La intitulación de los reyes
portugueses quedó de esta manera:
Rei de
Portugal e dos Algarves daquém e dalém Mar, em África, Senhor da Guiné e Senhor
da Conquista, Navegação, e Comércio da Etiópia, Arábia, Pérsia e Índia.
Uniones de coronas
El matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón en 1469 dio
inicio a la unión de dos de las tres coronas ibéricas que se acaban de
describir. Esta unión dinástica, sin embargo, solo se haría completamente
realidad unos diez años después de dicho matrimonio. Primero murió en 1474 el
rey castellano Enrique IV, medio hermano de Isabel, lo cual la convirtió en
reina y Fernando en rey consorte de Castilla. Cinco años más tarde, en 1479,
murió también Juan II de Aragón, padre de Fernando. Solo ahora estaban ambas
coronas dinásticamente unidas. Todos los reinos se seguían gobernando de la
misma forma que antes.
Dicha unión dinástica se rompió en 1504 con la muerte de Isabel. Su hija
Juana y el marido de ésta, Felipe el Hermoso, se convirtieron en reyes de
Castilla mientras Fernando volvió a reinar únicamente en la corona de Aragón.
No obstante, Felipe murió en 1506 y Fernando volvió a asumir el gobierno de
Castilla, dado que Juana supuestamente mostraba inestabilidad mental y no
estaba en condiciones para gobernar. Ahora bien, Fernando era rey en Aragón y
solo administrador en Castilla donde gobernaba en nombre de Juana sin ser él
mismo rey (15). Solo a la muerte de Fernando en 1516 se volvieron a unir las dos
coronas en la persona de Carlos I (más adelante Carlos V en el Sacro Imperio).
Una unión dinástica de Portugal con Castilla o con Castilla y Aragón
había estado a punto de realizarse en varias ocasiones. La primera ocurrió en
1383 cuando murió con Fernando I el último rey portugués de la dinastía de
Borgoña. La hija de dicho rey, Beatrix, estaba casada con el rey castellano,
por lo cual a éste le cayeron los derechos sobre el trono portugués. No
obstante, hubo levantamientos en Lisboa y João, el medio hermano ilegítimo del
difunto rey, se puso a liderarlos. Después de una guerra de dos años los
portugueses consiguieron la victoria decisiva en la batalla de Aljubarrota y
João dio inicio a la dinastía de Avis.
En 1464, Enrique IV de Castilla quería casar su hermana Isabel con el rey
portugués Alfonso V y la vez su hija Juana con João, heredero del trono luso.
Dichos dos matrimonios hubiesen asegurado un mismo sucesor para ambos reinos
como muy tarde para el tiempo después de João y Juana. Sin embargo, Isabel se
negó a casarse con Alfonso y su matrimonio con Fernando iniciaría la unión
castellana con Aragón. Alfonso V de Portugal finalmente se casó con la hija de
Enrique IV y reclamó el trono portugués a través de los derechos de ella. Tras
cuatro años de guerra civil finalmente salió victoriosa Isabel, con lo cual se
hizo realidad la unión aragonesa y no la portuguesa.
La paz entre Castilla y Portugal se quería asegurar, como era habitual en
aquella época, mediante matrimonios entre las dos casas reales. Isabel, la hija
mayor de los reyes católicos, se casó en 1490 primero con el heredero portugués
Alfonso y tras la suerte de éste en 1497 con el ya rey portugués Manuel I. El
mismo año murió Juan, único hijo varón de los reyes católicos y el hijo de
Isabel y Manuel, Miguel, se convirtió en el primer heredero de las tres coronas
ibéricas. De no haber muerto prematuramente, dicho Miguel hubiese unido de
forma dinástica a todos los reinos de la península.
Dicha unión solo se hizo realidad unos 80 años más tarde. En 1578, el rey
portugués Sebastião murió en la batalla de Alcazarquivir en Marruecos sin dejar
heredero al trono. Le sucedió su tío Enrique, ya de 66 años, cardenal y en
consecuencia sin hijos. Con su muerte en 1580 quedó extinta la casa de Avis que
había reinado en Portugal durante casi 200 años. Felipe II de Castilla (I de
Aragón) era el nieto mayor del rey portugués Manuel e impuso finalmente sus
aspiraciones al trono luso, convirtiéndose en Felipe I de Portugal. Igual que
los territorios de la Corona de Aragón, el reino de Portugal se siguió
gobernando según sus propios fueros y leyes y no se incorporó a la corona de
Castilla. Felipe juró en las cortes de Tomat mantener Portugal como un reino
independiente. Además, destacó su origen portugués en una carta enviada a la
ciudad de Lisboa, concluyendo ‘que no es Rey extranjero el que os ha de
heredar, sino tan natural como os he dicho, pues soy hijo y nieto de vuestros
Príncipes naturales’ (16). Los
títulos de los monarcas hispánicos quedaron de esta forma:
Problemas de una monarquía compuesta
Una unión aeque principaliter sugiere una unión entre
iguales, cosa que formal y efectivamente era así. Sin embargo, en la práctica
uno de los miembros solía ser más poderoso que los demás, como Castilla en la
monarquía hispánica o Inglaterra en la británica. Esto conllevaba en los demás
territorios la pérdida de la presencia continua de su rey y el estatus de sus
metrópolis. Durante el siglo XVI, además, crecía la necesidad de una sede fija
para la corte, lo cual aumentaba todavía más este problema. Elliott define la
ausencia real como “major structural problem”, el cual ni siquiera
Carlos V con sus continuos viajes por sus dominios era capaz de
solucionar (17). Se consideraba esencial la presencia del rey para el buen gobierno.
Como dice Manuel Rivero Rodríguez, visitar a sus reinos en el siglo XVI era una
señal muy clara de un gobierno responsable (18). La corte
virreinal o la lugartenencia también constituía una solución insuficiente para
suplir la corte verdadera. No obstante, afirma Franz Bosbach, se aceptaba sin
problemas un monarca o una dinastía que provenía de otro territorio y no se
entendían tales relaciones como dependencia o subordinación. Solo en el siglo
XIX con el pensamiento de estado nacional se solía interpretar estas relaciones
como negativas y con falta de libertades (19).
El monarca constituía el elemento central que conectaba a todos los territorios, a veces tan diferentes entre ellos. Era rey, príncipe o conde de cada uno de sus territorios, sin poseer un título que representara al conjunto de su monarquía, como por ejemplo rey de España o rey de Britania. También la lealtad de las personas se concentraba fundamentalmente en la persona del rey. Este dinastismo describe un tipo de lealtad personal hacia el monarca y muchas veces hacia la antigua dinastía y era el elemento central de unión para los territorios de una monarquía compuesta (20). Para Elliott era más fácil crear lealtad hacia una persona visible que hacia una comunidad amplia creada por una unión política (21). Joseph Pérez va más allá e incluso niega que existiera una consciencia de pertenecer a una unidad política mayor. Para él, esa consciencia se limitaba a la así llamada “patria chica” (22). De la misma manera Javier María Donézar Díez de Ulturrun descarta una consciencia por unidad nacional o política para la época moderna (23). En cualquier caso, dicha lealtad no sería incompatible como más adelante en los estados nacionales del siglo XIX, de forma que por ejemplo un habitante de la ciudad de Tarragona podía ser tarraconense (ciudad), catalán (reino/principado), aragonés (corona) y español (monarquía), sin que esas lealtades causaran conflictos.
Un segundo factor importante para mantener tal unión es el respeto
mutuo por los privilegios y compromisos. Ahí es donde según Elliott fracasaron
de forma fatal tanto Felipe IV en la monarquía hispánica como Charles I en la
británica (24).
Otro
problema para la continuidad de una monarquía compuesta podían ser diferentes
legislaciones en cuanto al orden de sucesión en los territorios de una unión
dinástica. Este problema se volvió muy real en la sucesión de los reyes
católicos. Éstos solo tenían un solo hijo varón (Juan) que murió prematuramente
en 1497 en vida de sus padres. La sucesión en Castilla le cayó entonces a la
hija mayor, Isabel. En la corona de Aragón, en cambio, las mujeres no podían
heredar el trono por la ley sálica que se encontraba vigente en estos reinos.
Solo el hijo de Isabel y su marido, Manuel I de Portugal, fue jurado por las
cortes de Aragón como heredero y hubiese mantenido la unión dinástica. Pero
tanto Isabel como Miguel también murieron prematuramente y en 1504, a la muerte
de Isabel la católica finalmente es Juana, la segunda hija de los reyes
católicos, quien hereda el trono castellano. Fernando de Aragón, sin embargo,
se volvió a casar con Germana de Foix y en 1509 tuvo otro hijo, el príncipe
Joan. Si dicho príncipe no se hubiese muerto a las pocas horas de vida, las
coronas de Castilla y Aragón se hubiesen vuelto a separar de forma definitiva.
Laverdad sin máscara, ó, Medio unico de pregaver una nueva guerra de sucesion:…
Madrid
1843 |
Intentos de centralización
Uno de los primeros indicios de centralización de la monarquía es la
transformación de la corte itinerante en sedentaria al inicio del reinado de
Felipe II. Éste no siguió la política de su padre Carlos V que viajaba constantemente
por sus diferentes territorios. 1561 puso la corte de forma permanente en
Madrid y solo salió fuera de Castilla entre 1580 y 1582 para tomar posesión de
Portugal y en dos ocasiones (1585 y 1592) para convocar cortes en la corona de
Aragón. Su sucesor Felipe III actuó de forma parecida y durante todo su reinado
(1598 – 1621) fue solo una vez a Portugal (1619) y Aragón (1599).
El valido
de Felipe IV, el conde-duque de Olivares, quería ir más allá de una simple
primacía castellana. En su Gran Memorial de 1624, que en
realidad se llamaba Instrucción Secreta al rey, le proponía al
monarca unificar las leyes de todos sus reinos, introduciendo las leyes
castellanas en los demás territorios:
Dos años
más tarde, en 1627, Olivares propuso la “Unión de Armas”, un proyecto de
unas tropas de reserva, compuestas por personas de todos los reinos de la
monarquía y a servicio de la misma. Los cupos, que se basaban probablemente en
estimaciones de las poblaciones, aunque de fiabilidad dudosa, iban a ser de
esta manera:
Para conseguir la aprobación de dicha Unión
de Armas en la corona de Aragón, se convocaron cortes para los tres reinos de
dicha corona, primero de forma paralela para Aragón y Valencia. Al final se
aprobó el proyecto en ambos reinos, aunque con contingentes mucho menores que
originalmente calculados por Olivares. Desde Aragón el rey y Olivares fueron a
Cataluña donde se encontraban con mucha más resistencia, dado que los catalanes
estaban mucho más apegados aún a sus fueros y privilegios (27). No se
llegó a ningún acuerdo y el rey dejó Barcelona con las cortes inconclusas.
Cerdeña y Mallorca se unieron voluntariamente y Flandes tras una serie de
negociaciones pero con Cataluña y Portugal, donde ni siquiera se llegó a
presentar el proyecto, faltaban también dos piezas claves de la monarquía.
Protonacionalismo
– sentimientos naciones – patriotismo
Estas tres nociones son usadas para describir un fenómeno emergente
durante el siglo XVII que consiste en un conflicto de lealtades. El peligro
estaba en que la lealtad hacia la propia región podía llegar a ser más
importante que la lealtad hacia el monarca o incluso podía sustituirla (28). El propio
Olivares estaba consciente de dicho peligro y rechazaba esas lealtades
regionales (‘No soy yo nacional, eso es cosa de muchachos’ escribió
Olivares en 1640) porque se oponían claramente a la autoridad monárquica (29). No
obstante, sería totalmente anacrónico hablar de un nacionalismo ideológico que
solo existiría como muy pronto a finales del siglo XVIII (30).
Dicho fenómeno
de conflictos de lealtades se encuentra presente en las rebeliones de 1640 y se
ve reflejado en nociones como restauração (Portugal), rey
natural (Portugal, Cataluña), enemigo de la patria (denominación
de Olivares en Cataluña) y patriota (alguien que defendía los
privilegios y libertades catalanes). La noción más interesante es la del rey
natural que en la Edad Media tenía el significado de rey legítimo.
Dicho significado tiene continuidad en la Edad Moderna, ya que el rey legítimo
catalán resultó ser el rey de Francia. También en Portugal se justificaba el
cambio de dinastía en gran parte a través de los derechos de João IV (rey
natural = rey legítimo) pero también se empieza a encontrar justificaciones a
través del origen del duque de Bragança (rey natural = natural de la tierra
donde reina).
El choque
de los intentos de centralización por un lado y el mal llamado
protonacionalismo por otro lado chocaron a lo largo del siglo XVII y llevaron a
varios levantamientos y guerras de sucesión de los cuales Cataluña y Portugal
no eran los únicos, sino solo los más importantes. La monarquía como entidad
compuesta se encontraba debilitada durante el siglo XVII, pero para nada
acabada, como muestra el ejemplo de Cataluña. El principado volvió en 1652,
tras 12 años de guerra de secesión, a la monarquía. El rey volvió a jurar todos
los fueros y privilegios de los catalanes, por lo cual Cataluña volvía como
parte de una monarquía compuesta. No obstante, la monarquía no saldría sin
pérdidas de dichos levantamientos. La pérdida de Portugal resultó ser
definitiva y en 1668 Carlos II reconoció la realeza de los Bragança.
Conclusiones
Se encuentra al principio de la Edad Moderna una gran continuidad
medieval en lo institucional y en lo jurídico. Se mantienen los distintos
reinos en cada una de las coronas ibéricas, sin que se conviertan en un reino
con un título para todos como hubiese sido el de rey de España.
También las uniones de las tres coronas se realizan de la misma forma como se
habían unidos los territorios en la Edad Media. Cada uno se mantiene
independiente jurídicamente y el enlace principal entre ellos es la figura del
monarca que une varias personas jurídicas en una persona física.
No obstante,
a lo largo del siglo XVII la estructura compuesta se va debilitando, en gran
medida por el enfrentamiento de intentos centralizadores por parte de la
monarquía y el conflicto de lealtades en los reinos periféricos. No obstante,
la monarquía hispánica mantiene su forma compuesta durante todo el siglo XVII,
a pesar de enfrentarse a varios levantamientos y guerras de sucesión. Solo con
la llegada de los Borbones y después de varios años de guerra de sucesión
quedan abolidas las leyes de los reinos de la Corona de Aragón (1707 Aragón y
Valencia, 1714 Cataluña) y se introducen las castellanas. Un proceso parecido
se observa en la monarquía británica donde en 1707 la unión dinástica entre
Inglaterra y Escocia se convierte con el “Act of Union” en una unión
política, creando el título de Rey de Gran Bretaña.
Bibliografía
Donézar Díez de Ulturrun,
Javier María, De las naciones-patria y la “naciónpatria. Del antiguo al
nuevo regimen”, en Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio (ed.) y García García,
Bernardo (ed.), La monarquía de las naciones. Patria, nación y naturalezaen la monarquía de España, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 2004, 93 –
118.
Elliott,
John, The revolt oft he Catalans, Cambridge, Cambridge University
Press, 1984.
Elliott,
John, El conde-duque de Olivares. El político en una época dedecadencia, Barcelona, Crítica, 1990.
Elliott,
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Revista Chilena de Estudios Medievales
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