miércoles, 31 de agosto de 2016

EL 11 DE SETEMBRE DE 1714 (BASTA YA DE MENTIRAS).







Contextualizaremos primero un poco, ¿como se entendían en Cataluña los tratados de Utrech en 1713?

"Como la Reina de la Gran Bretaña ha insistido siempre con las mayores instancias, en que los habitantes del Principado de Cataluña, de cualquier estado o calidad que fuesen, no solamente tengan pleno y perpetuo perdón de todo lo que han hecho en la guerra pasada, y gocen de la entera posesión de sus bienes y honores, sino que hayan de gozar también salvos sus antiguos Privilegios. El Rey Católico, en atención a la dicha Reina de la Gran Bretaña, concede a todos los habitantes de Cataluña, no solamente la amnistía deseada, juntamente con la entera posesion de sus bienes y honores, pero tambien les concede todos los privilegios que tienen y gozan los habitantes de las dos Castillas (que de todos los españoles son los más estimados de su Magestad Catolica) o que en adelante podrán tener o gozar.

Es digno de madura reflexión lo cauteloso de esta respuesta, tan contraria a la Real intención de la Reina de la Gran Bretaña, pues pidiendo su Majestad Británica a favor de Cataluña sus antiguos Privilegios, que no solo le aseguran la libertad, sino que también redundan en mayor honor de este Principado, ofrece el Ministro del Serenísimo Señor Duque d'Anjou, cautelosamente unas Leyes que perpetúan la esclavitud y eternizan el más afrentoso castigo, y eso lo ofrece como un favor que solo merecen sus amados Castellanos.

De dicho capítulo IX respuesta de dicho General, Capítulo XIII de la Paz entre Inglaterra y el Serenísimo Señor Duque d'Anjou, evidentemente se ve, que Cataluña queda sin Leyes ni Privilegios, a merced del Señor, y con la misma sujeción que los Castellanos, cosa que nunca en Cataluña, desde que es Cataluña, se ha visto, y fuese la mayor deshonra para los naturales que nos encontramos en el presente estado,  aceptar una cosa que por evitarla nuestros Antepasados han gastado libremente sus patrimonios, han derramado varonilmente su sangre y han perdido heroicamente sus vidas, y de todo los ha librado Dios, nuestro Señor, victoriosos por ser cosa tan agradable a la Divina Magestad, la defensa de nuestras Santas y Católicas Leyes y Privilegios. Y la misma confianza debemos tener Nosotros ya que no nos queda otro remedio humano para la conservación de nuestras Leyes, Privilegios y Libertades, que la fuerza de las Armas amparadas por la Divina Protección. 



Norberto Font y Sagué

1713


Y ahora, como siempre y ante todo, confirmamos su texto, a ser posible dentro de su contexto,  y lo primero es saber que el texto original está escrito en catalán y lo que leemos es una traducción:



Bando de guerra a Ultranza, 1713

... para conservar las Leyes, Constituciones,
Privilegios, Honores, Costumbres y Prerrogativas
que el Serenísimo Duque de Anjou ha derogado (...)
todos los naturales y habitantes del presente
Principado tengan, reputen y traten como
enemigos todos los súbditos y vasallos tanto del
sobredicho duque de Anjou como a los súbditos
y vasallos del Rey de Francia ...
Ahora oíd, se hace saber a todos generalmente, de parte de los Tres Excelentísimos Comunes, tomado el parecer de los Señores de la Junta de Gobierno, personas asociadas, nobles, ciudadanos y oficiales de guerra, que separadamente están impidiendo que los enemigos se internen en la ciudad; atendiendo que la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España, está expuesta al último extremo, de someterse a una entera esclavitud. Notifican, amonestan y exhortan, representando a Padres de la Patria que se afligen de la desgracia irreparable que amenaza el favor e injusto encono de las armas franco-españolas, hecha seria reflexión del estado en que los enemigos del Rey N.S., de nuestra libertad y Patria, están apostados ocupando todas las brechas, cortaduras, baluartes del Portal Nou, Sta. Clara, Llevant y Sta. Eulalia. Se hace saber, que si luego, inmediatamente de oído el presente pregón, todos los naturales, habitantes y demás gentes hábiles para las armas no se presentan en las plazas de Junqueras, Born y Plaza de Palacio, a fin de que unidamente con todos los Señores que representan los Comunes, se puedan rechazar los enemigos, haciendo el último esfuerzo, esperando que Dios misericordioso, mejorará la suerte. Se hace también saber, que siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus cargos, explican, declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y exterminio todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la Libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España, y finalmente dicen y hacen saber, que si después de una hora de publicado el pregón, no comparece gente suficiente para ejecutar la ideada empresa, es forzoso, preciso y necesario hacer llamada y pedir capitulación a los enemigos, antes de llegar la noche, para no exponer a la más lamentable ruina de la Ciudad, 
Novisima recopilación de las Leyes de España
Madrid 1805
para no exponerla a un saqueo general,  profanación de los Santos Templos, y sacrificio de niños, mujeres y personas religiosas.
                                                    
Y para que á todos sea generalmente notorio, que con voz alta, clara e inteligible sea publicado por todos los calles de la presente ciudad.

Dado en la casa del la Excma. Ciudad, residiendo en el portal de S. Antonio, presentes los dichos señores Excmos. Y personas Asociadas, a 11 de Septiembre, á las 3 de la tarde, de 1714


Podemos ver de nuevo una frase, traducida y fuera de contexto, se acomoda como si nada al ideal españolista actual, se convierte en un grito en defensa del modelo actual de España, y Rafael Casanovas, radical a ultranza que hizo todo lo posible para llevar la defensa de Barcelona hasta la última gota de sangre, resulta todo un patriota español (en el sentido actual de la palabra).


Gazeta de Barcelona  publicada a 31 de Julio de 1713
De hecho este documento de las autoridades catalanas resume los móviles que habían sostenido los catalanes en la lucha: "La libertad del Principado y de los diferentes reinos de la España geográfica; la libertad y la patria; la defensa de la tierra, de las constituciones, honores y privilegios de Cataluña; "La esclavitud forzosa" que les espera como al resto de los españoles, es decir la servidumbre al dominio franco-castellano; el rey, y nuevamente la patria y la libertad de toda España (los reinos de España), son invocados en la suprema apelación ".

Ya no hace falta decir que la España que se defiende no es la actual, ni mucho menos una "grande y libre", es la España de los Austria, como ya habíamos visto una "monarquía compuesta" formada por una multitud de reinos y estados, con aduanas entre sí, con órganos legislativos propios, leyes propias (incluyendo leyes de extranjería), diferentes monedas e incluso diferentes medidas de longitud, peso, etc ... pero, eso sí, con un mismo soberano. En contraposición a la idea centralista de estado único borbónico-francés, la del "estado soy yo" que practicaba Felipe V.

Con la frase "esta ciudad (Barcelona), en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España" queda claro dónde queda lo poco que queda de la "España" que defienden.

Esteban de Garibay y Çamalloa
(Mondragón, 1533 - Madrid, 1600)
Y hay que tener claro que defender este modelo confederal de España significa defender una Cataluña, al tiempo que unos reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, diferenciados, tanto del resto de reinos hispánicos como entre si, política, económica y culturalmente, con estructuras institucionales, órganos legislativos y ordenamientos jurídicos propios, incluyendo, como ya hemos dicho, aduanas y leyes de extranjería entre sí, diferentes monedas y diferentes unidades de medida o de peso, es decir defender un estado soberano y una nacionalidad catalana. Una España, entendida en sentido geográfico, en donde el soberano lo era de cada uno de sus reinos, soberanías y señoríos por separado  Dentro de este contexto, afirmar que Casanovas, o cualquier otro, era o no independentista es, como menos, estúpido.


El rey del que habla es Carlos III, el de Austria, no el Borbón. Por mucho que la historiografía lo denomine generalmente sólo como Archiduque de Austria, en 1705 juró las constituciones catalanas y fue aceptado como soberano, no tan sólo del Principado de Cataluña y de los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca, sino reconocido como soberano de todos los reinos de España, y entronizado con este nombre de Carlos III. En 1706 se publicaron las nuevas Constituciones de Cataluña donde en el Capítulo I titula: "Declaración de la sucesión de la monarquía de España, los Reinos, Provincias y Dominios, á favor de la Real Majestad del Señor Rey Carlos III, y exclusión de aquella perpetuamente á la casa de Borbón".

Claro que al ser asimilados estos estados por Castilla, se impuso su numeración dinástica, donde Carlos III es oficialmente el Borbón, tercer hijo de Felipe V, nacido en 1716, borrando de l'historia a Carlos III de Austria.

Una vez caídos en 1709 los reinos de Aragón y Valencia, y habiendo dictado Felipe V los Decretos de Nueva Planta correspondientes, la única patria a defender a la que se puede referir es, sin lugar a dudas, Cataluña. Hay que recordar también que la firma del tratado de Utrecht en marzo de 1713 dio lugar al final de la guerra de sucesión, no habiendo, desde el momento en el que se embarcó Carlos III de regreso a Austria, más sucesor que Felipe d'Anjou.

Los "lugares señalados" son los sitios de batalla asignados a los defensores de Barcelona, frente a las tropas borbónicas, en los deteriorados baluartes durante la inevitable caída de la ciudad.





... dando testimonio a los venideros, de que se han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protetas ante de todos los males, escombros y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida patria, y el exterminio de todos los honores y privilegios, ...



Al fin y al cabo, solamente se trata de los hechos de la batalla con la que finalizó el sitio de Barcelona. Las lecturas y conclusiones oficiales las hace siempre el bando ganador. Evidentemente el bando ganador también tiene su punto de vista y sus relatos de los hechos, de los que, para evitar las mentiras inventadas por los separatistas, podemos repasar un par. Quizás veamos que heroicidad o la demencia son ideas subjetivas que dependen sólo de qué lado de la muralla quiere sentirse cada uno; el resto son sólo hechos, y todos los hechos, los consideramos históricos o no, tienen siempre más de un punto de vista. No se trata de aceptar a ciegas los puntos de vista de los otros, solamente aceptar que los demás pueden tener uno diferente, y quizás intentar saber porqué, o, en todo caso, intentar no imponer el propio a los demás.


Madrid 1854

Eltratado de Utrecht hizo caer las armas de la mano a casi todas las potencias beligerantes. Solo el emperador vacilaba al prestar su accesión; más viendo invadidos sus propios estados por el ejército francés, y no teniendo elementos hábiles a detener la victoriosa espada de Villars, se plegó bajo el ascendiente de las circunstancias, quedando incluido en la paz general. Este tratado aseguraba a Felipe V la conquista de España y de las Indias; pero la España perdía Gibraltar, Mahón y todas sus posesiones en Italia y los Países Bajos, es decir, todos los medios de figurar en el mundo como potencia de primer orden.

Narración de los sucesos principales de la historia
Madrid 1828
La conducta poco leal del emperador, y la pertinencia inaudita de los catalanes, hizo que continuase la guerra en este desgraciado país. Había prometido aquel príncipe que sus tropas evacuarían completamente a Cataluña, y en efecto, Staremberg entregó Tarragona y se embarcó con gran parte de su ejército, pero no hizo la menor demostración de devolvernos Barcelona, y aun permitió que varios cuerpos imperiales quedasen a sueldo de los barcelonenses con carácter de voluntarios. No fue este el término de tan copiosas tergiversaciones. Los gobernadores de algunas plazas se hicieron un merito de la inobediencia a las aparentes ordenes del emperador, y continuaron sosteniéndolas contra las armas de Felipe V.

Pero estas, bien dirigidas, fueron combatiendo y dominando sucesivamente a Manresa, Solsona, Mataró y Hostalrich, mientras el conde de Fienes mutilaba la rebelión en todo el territorio de Ampurias.

...esta excelentísima ciudad, amante
de su propia libertad y de la de todos
los pueblos de Cataluña
(...) ha pasado a enarbolar el
estandarte de la invicta patrona
Santa Eulalia para
oponerse al enemigo ...
Los catalanes, reducidos a la situación más crítica, se defendían no obstante con intrepidez digna de elogio, si no estuviera manchada por crueles excesos de todo linaje; pero abatidos por los castellanos, rompieron todas las condiciones, abandonándose al enajenamiento de una demencia política. Llevaron su delirio hasta el punto de implorar la protección de la Puerta Otomana, donde se despreciaron sus temerarias ofertas. El emperador, ligado por la paz de Utrecht, no podía favorecerles abiertamente, y los escasos auxilios que les proporcionaba, más servían para prolongar su agonía que para enaltecer su causa moribunda. Pero ni aun así desistieron; y tal como sucede en el cuerpo humano, en el que el calor al abandonar los miembros, se refugia en el corazón, así en Cataluña, sofocada la insurrección en las extremidades, vino a reconcentrarse en Barcelona y a oponer aquí una resistencia más que heroica, desesperada.

El duque de Popoli, que había reemplazado a Berwick en el mando de las tropas, estableció el bloqueo de Barcelona, auxiliándole una poderosa escuadra; más como la lentitud de este medio ni convenía al decoro del monarca Español, ni era digna de  las impotentes fuerzas que podían reunirse contra la rebelde ciudad, le convirtió pronto en sitio, arrojándose, espada en mano, sobre Santa Madrona, y abriendo en este punto la primera trinchera. Los rigores del invierno y una fuerte avenida del rio Llobregat, paralizaron los trabajos; los barceloneses, inflamados por el aspecto del último peligro, hicieron al propio tiempo una salida impetuosa, y si bien la disciplina de las tropas reales triunfó de sus tumultuosos esfuerzos, hicieron conocer al enemigo toda la dificultad de la empresa, y conocieron ellos el valor de sus propias fuerzas que era la mayor dificultad del sitio.

El duque de Popoli se sostenía con dificultad delante de Barcelona (1714), porque su ejército, mal abastecido y peor pagado, no se hallaba en disposición de operar vigorosamente. La audacia de los sitiados aumentaba en la misma proporción que decaía el aliento de los sitiadores, y se exaltó en gran manera con una imprudente medida del gobierno. El francés Orri, que dirigía a la sazón nuestra hacienda, impuso una recia contribución a los catalanes para proporcionarse recursos y castigar por este medio la pasada rebelión de aquel pueblo. No se necesitó más para que brotara otra vez el fuego de la sedición, mal encubierto entre cenizas caliente todavía. Partidas numerosas se arrojaron al campo, cometiendo inauditas tropelías, renovando todos los horrores de la guerra civil, y lo más importante, sino más sensible, cortando sus comunicaciones al ejército sitiado. Por otra parte, el emperador, fiel al sistema de fijar la atención de Felipe V en la esfera de sus propios dominios, para que no la dirigiera a los que acababa de perder en Italia, proseguía con poco rebozo protegiendo a los rebeldes y enviándoles víveres y refrescos. El Portugal y la Holanda, sobresaltados por algunas ideas intempestivas que transpiraba nuestra política, hacían nuevos aprestos militares, y no era inverosímil que al apoyo de esta complicación naciente pudieran respirar los catalanes.

La corte de España imploró entonces el auxilio de la francesa. Luis XIV, después de muchas gestiones, envió por último un ejército a Cataluña bajo las órdenes de Berwick, nombre grato para los españoles por la ilustre victoria que había obtenido en Almansa.

Entre tanto el duque de Popoli se debilitaba enviando destacamentos a diversos puntos para reprimir la osadía de los rebeldes, cuyo número se aumentaba con deplorable rapidez. Sin embargo, la primera batería levantada por los sitiadores, continuaba los trabajos del sitio con bastante fruto contra el convento de los Capuchinos que defendían cuatrocientos catalanes con acérrimo tesón. Perdiéronle, no obstante, Popoli pudo asestar sus cañones contra la muralla y sus morteros contra el centro de la ciudad. Mientras se batía aquella brecha, llovían las bombas sobre el seno de aquella población, y los habitantes inermes, mujeres, niños y ancianos procuraban recogerse bajo el cañón del castillo; pero las naves españolas, fulminando un fuego terrible de flanco, los ahuyentaron también de ese punto. Erigiéronse nuevas baterías contra el convento de Jesús y el bastión de la puerta del Ángel; pero antes de ponerlas en juego, dejo Popoli la dirección del sitio (30 de mayo). Reemplazóle el duque de Berwick que acababa de llegar con veinte mil franceses aguerridos, fuerzas que hacían subir las de los sitiadores a más de cuarenta mil hombres.


Podría creerse que los barceloneses, viendo desvanecidas sus últimas esperanzas, arregladas las diferencias entre España, Holanda y Portugal, conjurado contra ellos el poder de dos grandes naciones, privados de algunas obras importantes, estrechados por mar y tierra, y amenazados por un ejército poderoso, depondrían su fatal obcecación y se someterían a un príncipe que se vengaba de los agravios con generoso olvido; pero sucedió todo lo contrario. El peligro, cada vez más inminente, ejercía sobre ellos el triste privilegio de convertir el furor el espíritu de nacionalidad. Verdad que existían muchos elementos para mantener viva la llama de la discordia civil. Los eclesiásticos, faltando a su misión dulce y conciliadora, hacían resonar los templos con vehementes excitaciones a la guerra; todos cuantos la habían sostenido hasta entonces, por temperamento, por calculo o por interés, temían la justicia del monarca, que si no descendía a las masas, hería por lo menos las cabezas de la rebelión; se esforzaban en persuadir al pueblo que sus leyes iban a quedar para siempre holladas, y que era más noble, más digno de sus precedentes y de su carácter, envolverse las ruinas de la ciudad, que vivir para ser el oprobio de España, y de la Europa entera. Estas sugestiones, autorizadas unas con el velo de la religión, y robustecidas otras con la apelación a las libertades patrias, las dos ideas que tienen más eco en el corazón de los pueblos, inflamaron en tales términos el ánimo de la multitud, que todas clases, sexos y edades tenían un mismo sentimiento; la ciudad entera constituía un solo hombre dominado por la más violenta cólera. Era el alma de la defensa, con el título de gobernador, D. Antonio de Villarroel, hombre que había dado sobresalientes pruebas de sus talentos militares y de una pertinencia indómita; los caudillos inferiores, salidos de la hez del pueblo, participaban de sus pasiones, y no esperando gracia de ningún género, desplegaban el valor infinito de la desesperación.

Los progresos de Berwick fueron lentos al principio, y los sitiados, a quienes alentaba extraordinariamente el menor vislumbre de esperanza, proyectaron hacer una salida sobre las trincheras de los sitiadores. Ejecutáronla el 13 de julio cuatro mil hombres y trescientos caballos; pero no obstante su indecible denuedo, quedaron rebatidos, siendo este choque, sangriento en igual grado para los dos combatientes.

De pronto, los sitiadores que habían trabajado con infatigable actividad muchos días, descubren una nueva paralela, y setenta piezas de grueso calibre vomitan fuego certero y nutrido contra el baluarte de Oriente. Era este baluarte como el escudo de la plaza, porque protegía su lado más flaco, y así fue indescriptible el empeño que mostraron los catalanes en conservarle y los sitiadores en espugnarle. Al fin, el día 30 de agosto, se dio un violentísimo asalto. Derramóse allí mucha y estimada sangre; los defensores, menos vencidos que oprimidos, fueron cediendo terreno, pero casi todos prefirieron morir a soportar la ignominia de la derrota.

Era imposible a los sitiadores dar un paso sin grande efusión de sangre; combinábase la acción de la artillería y de las minas; pero los sitiados mostraban una fecundidad de recursos y una intrepidez siempre en incremento.

El baluarte de Santa Clara fue embestido, ganado y vuelto a perder; los sitiadores abrieron nueva brecha; los sitiados la cubrieron con sus pechos más duros que una roca; aquellos emplearon la mina; estos contraminaron, y no logró Berwick el triunfo definitivo sino perdiendo miles de sus más valientes soldados.

Dueños, finalmente, los sitiadores de todas las obras exteriores, y teniendo el muro las brechas practicables, se dispusieron para el asalto general. Berwick, previendo los horrores de que iba a ser teatro aquella infeliz ciudad, envió un parlamentario proponiendo las bases de una capitulación decorosa; pero la rechazaron los soberbios catalanes en términos de tan desesperada energía, que fue preciso recurrir al último y más deplorable extremo de la guerra.

 La aurora del 11 de septiembre descubrió al ejército sitiador describiendo un semicírculo y abrazando a las formidables columnas destinadas al asalto. Estaban separadas las tropas de las dos naciones, porque el hábil Berwick quería emplear el poderoso resorte de la emulación en el buen éxito de esta arriesgada empresa; los franceses debían embestir por el frente el bastión de Levante; los españoles por los dos lados el de Santa Clara, y la Puerta Nueva. Pocas veces se ha desplegado un aparato de fuerzas más  imponente para una operación de esta clase; en pocas circunstancias análogas han mostrado los sitiadores un denuedo más firme y brillante; casi nunca un pueblo se ha resistido con una obstinación tan ciega.




"... todos como verdaderos hijos de la patria, amantes de la
libertad, acudirán a los lugares señalados á fin de
derramar gloriosamente su sangre y vida, por
su Rey, por su honor, por la patria y por
la libertad de toda España ... "
Cincuenta compañías de granaderos se lanzaron al mismo tiempo y con asombroso ímpetu sobre los tres puntos que se les había asignado; sosteníanles de cerca cuarenta batallones, con trescientos dragones desmontados. El resto del ejército, apoyándose en la trinchera, podía en el último trance darse la mano con estas fuerzas avanzadas.

No cejaron los catalanes ante esta violenta irrupción; habían cubierto las brechas de cañones cargados con bala menuda, y disparándolos oportunamente, arrebataron filas enteras de los sitiadores. Pero eran tales la disciplina y denuedo de estos, que continuaron avanzando sobre los cadáveres de sus compañeros, y llegaron al estrecho del combate. La proximidad impedía a unos y otros valerse de proyectiles; empleaban únicamente el arma blanca con reciproca y horrible mortandad. Nuevos y abundantes refrescos robustecían a los enemigos y daban mayor pábulo a su ira; pero como el número de los sitiadores era más considerable, y el vínculo de la disciplina sostenía su heroica intrepidez, arrollaron por fin a los sitiados y penetraron en las brechas. En el mismo instante, y como a una señal convenida, el pabellón español tremuló orgulloso sobre los bastiones de Santa Clara y Puerta Nueva, y el francés en el de levante. Sin embargo este primer triunfo no debía considerarse como decisivo.

En febrero de 1707 una ordenanza
real dispuso que las tropas
borbónicas franco-castellanas,
usarían bandera blanca con cruz
de Borgoña roja aspada,
con dos castillos y dos leones.

Los catalanes habían barrado las calles, construido parapetos con vigas encadenadas, acumulado materiales inflamables, erigido baterías, aspillerado sus casas, acumulado, en suma, cuantos recursos puede ofrecer el arte de la guerra, o sugerir la imaginación en su mayor grado de exaltación. Avanzaban con gran dificultad los franceses y españoles; mientras rellenaban los fosos de las calles o desencadenaban las vigas, caía sobre ellos una nube de fuego, y no lograban dar un paso sin dejar marcada la huella con su propia sangre; al fin, los primeros que seguían una línea más recta, y por consiguiente más corta, lograron arrollar al enemigo hasta la plaza mayor. Creyendo asegurada la victoria, se entregaron al pillaje; pero los barceloneses, rehaciendo en un momento embistieron a los franceses con furia inaudita, que los arrojaron a su vez sobre la brecha. El noble denuedo de los oficiales, que clavando sus espadas en tierra, cubrieron con sus cuerpos el portillo de la muralla, impidió que las tropas fueran lanzadas al otro lado de la brecha, y que el triunfo de los barceloneses fuera completo. Los españoles, viéndose solos y en una posición muy aventurada, verificaron, con bello orden, el mismo movimiento retrógrado.

Renovóse entonces el combate con doble encono y mayor esfuerzo, porque movía a unos el despecho de haber sido arrollado, y a los otros la proximidad de la victoria. Las tropas recobraron muy luego su superioridad; sobre todo los españoles, arrostrando a pecho descubierto el fuego de la artillería colocada en las boca-calles, se apoderaron de las piezas y las volvieron contra los mismos barceloneses. Conturbóles algo este suceso, y más la toma del baluarte de San Pedro, sobre el que sin orden de sus jefes se precipitaron los valientes castellanos.

Continuaba, no obstante, la pelea con una ferocidad sin ejemplo; nadie daba ni pedía cuartel; el placer de inmolarse recíprocamente, había petrificado todos los corazones; parecía que hasta las víctimas retenían el último acento del dolor, para no hacer patente su debilidad. Villarroel, que en este día terrible se elevó por su pericia y fortuna a una altura extraordinaria, conocía que era imposible rechazar a viva fuerza a los españoles; pero sabía también que estos no podían sostener su movimiento progresivo sin la cooperación de los franceses. Reuniendo, pues, el nervio de su ejército, y haciendo un esfuerzo sobrehumano, el indomable caudillo catalán se arrojó en medio de las columnas francesas y causó en ellas considerable estrago; pero mayor le parecieron los rebeldes y el mismo Villarroel quedó gravemente herido.

Doce horas de continuo combate y tan duros reveses, habían agotado las fuerzas de los sitiados; ya no se defendían, pero tampoco se entregaban; semejantes a un león que acosado por los cazadores, extenuado de fatiga y debilitado por las heridas, se detiene a la entrada de la caverna y espera allí con fiera actitud la flecha que ha de atravesarle el corazón, asi los barceloneses permanecían inmóviles en sus posiciones, recibiendo en ellas la muerte que prodigaba el ardiente brazo del soldado.


Durante la catalogación de una gramática latina
de Elius Dado, publicada en Lyon en 1549,
apareció una nota manuscrita anónima

en la hoja de guarda anterior:

“Qualsevol que llegesca estas rallas encomanam
a Deu per caritat;  digues luego un parenostre
ave Maria  Vale  Als 11 de Sbre de 1714
dia infelis per Barcelona”

"Cualquiera que lea estas líneas encomiéndame
a Dios por caridad; di después un padre nuestro
y un ave María. Vale. A los 11 de Sbre de 1714
día infeliz para Barcelona "


Era a boca de noche; los últimos crepúsculos permitieron ver sobre la casa del magistrado una bandera blanca, símbolo de paz; inmediatamente ceso la carnicería; vinieron algunos diputados a abocar con Berwick que se hallaba en la brecha principal defendida por una artillería formidable; formularon aquellos sus proposiciones con tanta altivez como si fueran vencedores; pedían, ente otras cosas, un indulto general, y la conservación de sus Fueros y Franquicias; el duque les contestó que si no se rendían antes del amanecer, perecerían todos al filo de la espada.

Aun duraba esta conferencia cuando salió de en medio del ejercito una voz lúgubre que imperiosa decía  “mata, quema”. No fue menester más para que las tropas se abandonasen a los últimos extremos de la cólera. Barcelona hubiera cesado de existir aquella noche, envuelta en fuego y sangre, sin los nobles esfuerzos que hizo Berwick para contener a sus soldados. Habiendo restablecido la calma en su ejército, le formó en orden de batalla, dispuestas las compañías de incendiarios y preparados todos los elementos hábiles a aniquilar, si no se podía someter la ciudad rebelde. Los barceloneses, ciegos por su deplorable obstinación, provocaban con nuevos desacatos este trágico desenlace.

Algunos historiadores dibujan con las tintas más negras el cuadro horrible que presentaba Barcelona aquella noche (11 a 12 de septiembre). Mientras algunos destacamentos, por orden de Berwick, recogían los cadáveres  y les daban sepultura, se desprendía de las casas una lluvia de proyectiles, de mixtos compuestos de azufre, betún, pez y cera ardiendo. Los objetos que antes servían al lujo, al placer o a la utilidad de los habitantes, obstruían las calles, porque todas las pasiones de una generación estaban supeditadas al momento, que era la venganza, y esta capaz de los más sensibles sacrificios.

Rayó la aurora y espiró la tregua concedida a los catalanes por el duque; pero éste, siempre benigno, lo prorrogó  por seis horas más. Espirando el ultimo termino, y no dando los catalanes prueba alguna de sumisión, mando Berwick que se procediese al incendio de la ciudad. Sin embargo, queriendo templar este acto de severidad tan necesario, con la moderación posible, prohibió al propio tiempo el saqueo; y su ejército por un rasgo de disciplina todavía mas raro y admirable, obedeció religiosamente la orden.

El lúgubre estallido de llamas avisó a los catalanes de su última desdicha; los más frenéticos querían sepultarse entre las cenizas, legando a la posteridad el ejemplo de una nueva Numancia, pero los mismos fautores de la sedición retrocedieron ante la horrible suerte que aguardaba a tantos millares de familias, enarbolaron otra vez la bandera blanca y pidieron la vida. Berwick, que mostró durante este sitio un talento privilegiado y un carácter heroico, les concedió ademas la hacienda. Las bases de esta especie de capitulación,  se cumplieron con una exactitud laudable; Villarroel y algunos jefes, perdieron únicamente la libertad; la masa del pueblo fue comprendida en un indulto tan político como generoso.


Muchos aconsejaban a Felipe V que arrasara la ciudad de Barcelona, y erigiese en medio una columna. A la verdad podía hacerlo, porque Berwick no había prometido conservarla; pero el rey, magnánimo en esta circunstancia, como siempre que seguía los impulsos de su corazón, se limitó a abolir sus fueros y a quemar los estandartes emblema de su independencia.










Francisco de Paula Mellado
Enciclopedia moderna: diccionario universal de literatura ..., Volum 22
Madrid al 1857.


El setge de Barcelona, “Barcino Magna Parens” Viena 1716
 El baluard de Sant Pere en primer pla.
(...)  después de tomar el ejercito galo-hispano, en 1713, a Solsona, Manresa, Hostalrich, Mataró y otros pueblos, puso sitio a Barcelona, pero decididos sus habitantes a defenderse a todo trance, tomaron todos indistintamente las armas y enviaron a Mallorca a las mujeres, los niños, los enfermos y los ancianos; a los primeros de mayo de 1714 se rompió el fuego contra la plaza; hubo varias salidas y combates hasta que las brechas estuvieron practicables; atacáronlas los sitiadores; dos veces las tomaron y dos veces fueron rechazados con gran pérdida; antes de dar el tercer asalto el bastión de Santa Clara y el de la Puerta Nueva fueron volados y ensanchadas las brechas a favor de la artillería; propúsose entonces a los sitiados una capitulación honrosa, pero como faltase la garantía de sus fueros, contestaron que “preferían morir por la libertad de su patria”; iba a darse el asalto por tres puntos a un tiempo; mas de 60.000 hombres de una y otra parte esperaban la señal; amanecía el 11 de septiembre de 1714; dada la señal se precipitaron a las brechas cincuenta compañías  de granaderos, seguíanlas cuarenta batallones y seiscientos dragones; pocos ejemplos existen de una tal tenacidad por una y otra parte, pero al fin los sitiadores penetraron en la ciudad y empezóse de nuevo la acción haciendo los sitiados un fuego horrible desde los parapetos y barricadas de las calles, troneras y ventanas de las casas, hasta que desalojados con la artillería continuaron el fuego en las calles a cuerpo descubierto; hubo baluarte, el de San Pedro, que mudó once veces de dueño y regimiento, que quedó reducido a algunos pelotones con un alférez a su cabeza; reducidos los defensores a la plaza principal cargaron desesperadamente a los enemigos, que fueron arrollados hasta las brechas, pero rehaciéndose estos a favor de la artillería, fueron aquellos desordenados, más aún siguieron peleando durante otras doce horas, ya sueltos, ya en pelotones, a pesar de que habían sucumbido su jefe Villarroel y el Conseller en cap; apagándose ya los fuegos de unos y otros empezó la matanza, sin que se oyese una voz que pidiese capitulación, hasta que la noche puso una tregua; entonces se presentaron diputados ofreciendo capitular si se concedía un perdón general y la conservación de sus fueros; la negativa fue como la orden para romper el fuego de nuevo; un diluvio de balas saliendo de todas las casas y cayendo sobe las tropas las obligó a retirarse, y entre tanto pegaron fuego a la ciudad por diferentes puntos; entonces se presentaron los diputados a hacer entrega de ella a discreción;  Montjuich y Cardona capitularon también bajo la garantía de sus vidas y haciendas, y el ejercito franco-español tomó posesión de aquel basto cementerio el 22 de septiembre. Perdieron los realistas más de 10.000 hombres, 4.000 en el asalto aunque la de los defensores no se pudo saber positivamente, se contaron, sin embargo, 3.000 entre ellos 534 clérigos y frailes.







Pedro de Comines -1759

Mateo Bruguera - 1871


Serafín María de Sotto Clonard - 1854



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